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martes, marzo 19, 2024

Erdogan, presidente de Turquía, no lo detienen ni los tanques

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Estanbul, 16 jul (dpa) – El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se ha ido haciendo más y más poderoso con los años. Y más autoritario. En su trayectoria política había vivido muchas cosas, pero no un Golpe de Estado.

Hasta ahora ningún adversario logró frenar a este hombre de acero, que salió de todas las crisis fortalecido. Y parece que también ocurrirá así con este intento de golpe de Estado. A Erdogan no lo detienen ni los tanques.

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La carrera de este político de 62 años avanza con energía en una única dirección: hacia arriba. En 1994, Erdogan, procedente del barrio humilde de Kasimpasa, en Estambul, se convertía en alcalde de la ciudad. En 2001 pasó a formar parte de los fundadores del AKP, que sólo un año después obtenía mayoría absoluta en las elecciones parlamentarias. En 2003 se convirtió en primer ministro y llevó a su partido de victoria en victoria.

Pero el punto álgido de su carrera fue hace casi dos años, cuando los turcos votaron por primera vez a su jefe de Estado gracias a una reforma constitucional propuesta por su partido. Y el elegido en primera ronda fue, obviamente, Erdogan.

Durante años fue una esperanza para Occidente. Llevó adelante la democratización en un país cuya economía crecía con fuerza. La Unión Europea (UE) inició las negociaciones de adhesión con Ankara mientras Erdogan comenzaba un proceso de paz con el proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Y mientras buena parte de la región en la que se encuentra Turquía se sumía en el caos, Erdogan parecía ser la prueba de que el Islam y la democracia no son algo contradictorio en Cercano Oriente.

Pero de todo aquel esplendor quedó poco. Erdogan acabó a golpes con las protestas antigubernamentales del parque Gezi en el verano (boreal) 2013, la economía se paró y las negociaciones con Bruselas no avanzan. El país euroasiático ocupa el puesto número 151 de 180 en el ránking de libertad de prensa elaborado por Reporteros sin Fronteras.

Por otro lado, el reanimado conflicto con el PKK presenta visos de guerra civil en el sureste del país. Los críticos el presidente lo acusan de haber reavivado la llama de un problema que ya ha llegado a Estambul y a la capital, Ankara. Allí, un grupo escindido del PKK y Estado Islámico han cometido numerosos atentados en los últimos meses.

Al asumir como presidente, Erdogan prometió una «nueva Turquía» y envió señales de reconciliación a sus adversarios. «Dejemos las disputas viejas en la vieja Turqía», dijo entonces. Pero lo cierto es que las diferencias son hoy más profundas que nunca. Con un autoritarismo en aumento, Erdogan ha ido polarizando a la población.

Si por él fuera, el punto álgido de su carrera aún estaría por llegar. Y el fallido golpe de Estado podría ayudarle a conseguirlo. Su principal objetivo es cambiar el actual sistema parlamentario turco por uno presidencialista con él a la cabeza cuando en 2023 se cumpla el centenario de la república.

Argumenta que un sistema presidencialista aportaría la estabilidad que tanto necesita el país. Sus rivales temen lo contrario: que Erdogan se convierta en un dictador.

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