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viernes, abril 19, 2024

Opinión de Héctor A. Martínez: El unicornio ideologico/Elecciones: ¿Quién quiere hablar?

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Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo). En la antigua Grecia, las elecciones se llevaban a cabo en un recinto especial denominado el Ágora, es decir, la plaza o el espacio que ocupaba el mercado o cualquier otro lugar público, que podía llegar a ser, incluso, el templo de Baco. Lo público, desde luego, implicaba contar con la presencia de la mayor cantidad de personas de las ciudades-estado, lo que nos lleva a pensar que las decisiones políticas se tomaban  de manera transparente con el concurso de toda la población ateniense. El mecanismo electoral de los griegos era bien sencillo: se hacía una pregunta, “¿Quién quiere hablar?”. Eso significaba que si existía un malestar o un problema, el caso era resuelto en ese aposento sagrado.

No es el caso de hoy en día: los estados se han vuelto ciudades inimaginables para los griegos del tiempo de Pericles. El volumen poblacional de los últimos cien años, exige nuevos mecanismos que, desgraciadamente, se escapan de las posibilidades de control y supervisión de las instituciones plebiscitarias, muchas de las cuales no son más que extensiones nerviosas del poder oligárquico. La responsabilidad de los burócratas enclaustrados en ese mecanismo sufragista no es más que una pieza cualquiera dentro de la enorme computadora que sumará las voluntades individuales de los electores. De modo que el poder puede incidir en la unanimidad y en la victoria anticipada, acudiendo al vicio en la contabilidad final de las papeletas, cosa muy de moda en Latinoamérica.

En los días previos a las elecciones, el grupo que controla un partido-poder, y que se emperra en seguir mandando, comienza a manejar las conciencias de los ciudadanos a través del arte maligno de la manipulación mercadológica. La ambición trabaja en llegar al público a través de la machaconería de los “spots” publicitarios hasta lograr sustituir el razonamiento por la coacción de la libre deliberación. Es decir, en los países más atrasados de nuestro continente, ningún partido gana porque cuenta con eso que llamamos con cinismo “propuesta”, sino porque hace más aspavientos –invirtiendo mucha plata- que el resto de los equipos políticos.

La angustia del poder por los resultados de las elecciones, puede disminuirse –según el marketing político-, acudiendo a los instrumentos consultivos que se denominan “encuestas”, método de marras, prohijados por las ciencias sociales, para llegar lo más cerca posible a la realidad de un fenómeno que puede ser detectado con un par de respuestas. La oportunidad de andar preguntando preferencias por colores y sabores, se institucionalizó en forma de negocios, que más tarde se convirtieron en los brazos armados de los mismos partidos políticos. Es decir, se puede torcer la realidad según lo deseen los amos y señores del poder. La idea de marras, es sencilla y procede de un mito psicológico: que la gente quiere sentirse ganadora y no derrotada, por lo que, las tendencias –dicen los magos de la mercadotecnia-, es la clave para hacer que la corriente triunfadora se decante hacia el lado del oficialismo que pone sobre la mesa, una cifra suficiente de dólares para limpiar el camino hacia la victoria. Así, todos se benefician en una sentimental y lucrativa simbiosis política: el partido-poder y las empresas consultivas.

Y por último, la comparsa política se escenifica con estelaridad en el mundillo de los medios de comunicación. El más importante de los factores que logra poner el cetro en las manos del faraón partidista, son las televisoras, los tabloides y la radio, no sólo por la inversión pautada en las preliminares electorales, sino también por los dividendos que vendrán después, durante los cuatro a diez años de regencia que ocuparán en el trono, los mandamases de la política criolla.

De modo, mis amigos, que la democracia en América Latina, con mayor solemnidad en los países más pobres y desdichados, ya no tiene nada que ver con aquella voluntad razonada al libre albedrío en las polis de la vieja Atenas. La pregunta primigenia de “¿Quién quiere hablar?” hoy en día es demandada y contestada, al mismo tiempo, no por el ciudadano honrado, inocente e ignorante, resignado a  la fatalidad del mecanismo electoral, sino por el mismísimo poder oligárquico, que seleccionará de entre dos o tres marcas políticas, aquella que asegurará la continuidad y la permanencia de los intereses de unos pocos.

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